Lo que nos inspira. Cientos de cosas. Viajes, paisajes, caminos. Un deja-vú. La
foto colgada en el panel de mi habitación, esa en la que vos y yo estamos
volando boca arriba y boca abajo, impulsados por la sinergia de la hamaca paraguaya
en el frente de casa. Hubo muchos días felices en mi infancia, pero ahora recuerdo ese
momento en especial.
Nuestros hermanos mayores avocados a lograr una foto espectacular.
Nuestros hermanos mayores avocados a lograr una foto espectacular.
Mamá tomó varias imágenes, y eso que era una cámara análoga,
de esas que requieren ahorro. Pero debíamos capturar el momento
justo: los pies al aire, las caras fruncidas entre la alegría y la lucha con la
fuerza de gravedad. Y el esfuerzo de Christian y Julio por mandarnos al hito:
el giro de 360 grados. Teníamos miedo, pero había que intentarlo. ¿Resistiría
la hamaca? ¿Resistiríamos nosotros?
Cata ladraba impertinente. Mi gata seguro disfrutaba del
espectáculo. Se cobraría los desfiles gratuitos, el talco para pies, el perfume
impregnado en sus orejas, los cortes estilísticos de sus bigotes, que quizá la
desorientaban a la hora del acecho. El impacto feroz era cuestión de segundos.
Recuerdo que me transpiraban las manos. Recuerdo los gritos afónicos de él, un
corte raro entre hombrecito y niño, acostumbrado a los accidentes y
reincidencias desde que tengo memoria. Siempre aventurero, gritaba “Dale! Más
alto, más rápido” Y yo apretaba los dientes. Y mamá, al borde del pánico y en
la complicidad del momento, disparaba la cámara una y otra vez. Aseguraba que
ya estábamos al límite. Pero ese no era el plan de mis hermanos mayores.
Ensañados, revoleaban los extremos con precisión, hasta que la tela se dobló y
caímos sobre nuestro peso. Un giro angular, el instinto felino que mi mascota
seguro aprobó inconscientemente, y amortiguamos con las manos.
Las caras estaban rojas. Me mordí el labio. Y él estaba
pronto para repetir la escena. Mis hermanos, agitados, riendo como locos,
cansados del arduo trabajo del día, decidieron que era suficiente diversión por
ese día. Rolf insistió. Se montó solo, cual jinete desenfrenado, se envolvió en las
telas de la hamaca y ordenó el despegue. Julio y Christian flecharon miradas cómplices
y arrebataron los extremos. La hamaca danzaba con facilidad, hacia un lado y
hacia otro, cual una pluma en el aire. Apenas podía ver la nariz de mi
hermanito asomando en la superficie de un cohete, echado a la suerte, esperando
que la sinergia hiciera bien su trabajo. Ya la cámara no estaba para contemplar
la hazaña –mamá no lo habría aprobado-. Giró, giró y giró. Dio la vuelta al
mundo tres veces. Los gritos de regocijo eran cada vez más agudos. Se bajó de
la hamaca para encontrar suelo desesperadamente. Cata se acercó a lamerlo. Sonrió glorioso. "Bien, enano". Sabía
que podía lograrlo. ¿Qué no podíamos lograr a esa altura de nuestras vidas? No
existían miedos, ni límites. Sólo el momento y la oportunidad y hasta la
ingenuidad. Siempre que pienso en la alegría y en la fortaleza, pienso en esos
momentos que me abrazan y me inspiran. Siempre que pienso en hoy, pienso en
esas fotos.
Hoy, a seis años de la última vuelta al mundo, te recordamos con cariño querido hermano.